Al atravesar la puerta de aquella enigmática tienda de antigüedades, una vez más, mis ojos se posaron inevitablemente en ella. Rodeada de un sinfín de objetos curiosos y muebles desgastados por el tiempo, una figura de cerámica destacaba en un rincón. Representaba a una joven de rasgos serenos, envuelta en un vestido vaporoso que remitía a cuentos de hadas, irradiando una fragilidad que la hacía parecer casi irreal.
La propietaria del lugar, una mujer de cabello gris y voz serena, me había revelado parte de la historia de la figura. Exhibida en diversas galerías y objeto de admiración constante, esta pequeña obra de arte escondía una narrativa trágica. Concebida por una joven artista, la figura representaba un amor perdido, una historia de la que no podía desprenderse fácilmente. Desde que conocí este relato, resonó en mi interior como un eco persistente, susurrándome cada vez que la contemplaba.
Día tras día, al pasar frente a la tienda, la conexión con la figura se afianzaba. No era solo su cautivadora belleza lo que me llamaba, sino una especie de nexo emocional que se había desarrollado en silencio. Sin embargo, mi determinación se veía frenada por el precio, la fragilidad que rodeaba su existencia y, sobre todo, la carga emocional de su historia. Aun así, el deseo de tenerla en mi hogar siguió creciendo, hasta convertirse en una obsesión sutil.
En mis sueños, la figura cobraba vida en mi sala, desembocando en conversaciones sobre arte, sueños y deseos compartidos con amigos y familiares. Era más que un ornamento; representaba un espejo de mis anhelos y miedos más profundos, una pieza del rompecabezas de mi vida que ansiaba descubrir.
La anciana propietaria de la tienda, con su mirada comprensiva, compartió una reflexión que se quedó conmigo: “A veces, los objetos nos eligen a nosotros”. Sus palabras eran un recordatorio de las conexiones íntimas y personales que podemos establecer con ciertas piezas, reflejando aspectos de nuestra esencia que debemos explorar.
Ante la inminente decisión, comprendí que no podía dejar escapar la oportunidad de llevarme la figura a casa. No era un mero capricho, sino un deseo persistente que buscaba cumplir. Espero que al hacerlo, no solo embellezca mi entorno, sino que también me enseñe una valiosa lección sobre la importancia de seguir nuestros deseos más profundos, aquellos que nos definen y que, de alguna manera, nos completan.